Antiguamente, el teñido del cabello era sinónimo de la aparición de las impopulares canas. Actualmente, los factores estéticos pueden llevarnos a teñirnos el pelo simplemente para cambiar de “look”.
El motivo es lo de menos. Teñirse el cabello requiere, sobre todo, una decisión más o menos valiente y siempre decidida, no por su dificultad sino porque debemos asegurarnos de que el resultado será el que realmente deseamos.
Resulta fundamental, antes de proceder al teñido del cabello, comprobar el estado en que se encuentra, ya que un cabello maltratado puede ver aún más complicada su salud si se le aplica un tinte. En estos casos, conviene primero sanearlo y, una vez la situación haya mejorado, plantearse con tranquilidad el teñido.
Salvado el primer obstáculo, la siguiente decisión que debemos tomar es el color que tendrá nuestro cabello una vez teñido y, evidentemente, no debemos tomarla a la ligera o al azar. El color de nuestra piel y nuestros ojos, así como nuestra edad y calidad del cabello son factores a tener en cuenta a la hora de escoger el color del tinte.
En las mujeres, las voces autorizadas señalan que el color debería corresponder siempre a dos tonos más claros o dos tonos más oscuros que el natural, intentando huir de cambios demasiado bruscos que podrían llevarnos a resultados no deseados. No obstante, en edades más tempranas –sobre los veinte años- no se desaconseja atreverse con cambios radicales de color en el cabello.
En cuanto al color de los ojos, la combinación debe ser homogénea, esto es, unos ojos oscuros no combinan bien con un tono claro en el cabello.
Por último, el secreto para conseguir un cabello teñido que luzca brillante reside en aplicar el tinte primero en la raíz, para continuar después ascendiendo hacia las puntas. El toque final lo dará el enjuagado, que debe terminar siempre con agua fría.
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