Amaterasu y Susano
Investidura de las tres divinidades
En ese momento, el augusto Izanagi se regocijó en gran manera y dijo: “Yo, engendrando hijo tras hijo, por última generación he obtenido tres vástagos ilustres”; inmediatamente, alzando y repicando y sacudiendo el cordón de joyas que formaba su augusto collar, se lo otorgó a Amaterasu-no-mikoto, diciendo: “Que tu augusta persona gobierne la Llanura de los Altos Cielos”. Y con este encargo, se lo entregó. Y este augusto collar era llamado el Dios de la tablilla de la augusta cámara de los tesoros. Luego dijo al augusto Tsuki-yomi-no-mikoto: “Que tu augusta persona gobierne el reino de las noches”. Y, así, le concedió este cargo. Luego, dijo a Susano-wo-no-mikoto: “Que tu augusta persona gobierne la Llanura de los Mares”.
Amaterasu y Tsuki-yomi aceptan sus tareas obedientemente, tomando posesión de sus respectivos dominios. Pero Susano se pone a llorar, aullar y gritar. Izanagi le pregunta la causa de su aflicción, y Susano contesta que no quiere gobernar las aguas sino ir a la tierra en la que vivía su madre, Izanami. Encolerizado, Izanagi destierra a Susano y a continuación se retira, tras haber terminado su misión divina. Según una versión del mito, subió al cielo, donde vive en el “Palacio Más Joven del Sol”. Se dice que está encerrado en Taga (prefectura de Shiga, Honshû).
Mientras, Susano anuncia que va a despedirse de su hermana, Amaterasu, y se lanza hacia los cielos creando la confusión en toda la naturaleza.
El desafío de las deidades hermanas
Entonces, Amaterasu, alarmada por este alboroto, dijo: “La razón por la cual ha subido hasta aquí mi augusto hermano no procede, ciertamente, de un buen corazón. Unicamente pretende arrebatarme el territorio”. Inmediatamente, tras soltar su cabellera, la trenzó en augustos moños; y al mismo tiempo enrolló un cordón lleno de magatama* , de ocho pies de largo y con quinientas joyas, en los augustos moños izquierdo y derecho, como también en su tocado e igualmente en sus brazos izquierdo y derecho; y tras colgar a sus espaldas un carcaj de mil flechas además de otro carcaj de quinientas, y tomar y ceñir asimismo a su costado un poderoso y sonoro protecor del codo, blandió su espada y sostuvo el arco, cuya parte superior temblaba, bien derecho, y golpeando con el pie, hundió el duro suelo hasta la altura de sus muslos abiertos, aplastándolo como si se tratara de nieve, y se mantuvo firme valientemente como un hombre poderoso, y en la espera le preguntó: “¿Por qué has subido hasta aquí?”.
Los preparativos parecen anunciar una formidable batalla; sin embargo, Susano asegura que no alberga malas intenciones, y para probarlo propone a la diosa un juramento que establecerá su mutua fe. El texto no aclara el juramento, pero a juzgar por lo que sucede luego, y también recurriendo al Nihon Shoki, podemos esclarecer la apuesta: un concurso de reproducción, en donde vencería aquel que diese a luz deidades masculinas, o bien, aquel que engendrase más divinidades. Si Susano ganaba, su hermana debería admitir la pureza de sus propósitos.
Las dos divinidades, separadas por Amanogawa [El Río del Cielo* ], intercambian las palabras de compromiso e inician la competición. Para empezar, Amaterasu le pidió a su hermano la espada; la rompió en tres trozos, los masticó y al escupir aparecieron tres hermosas diosas. A continuación, Susano cogió las largas hileras de magatama que Amaterasu llevaba alrededor de los moños, de la frente y en los brazos, y las dispersó soplando, creando de este modo cinco dioses, entre ellos aquel llamado Oshi-homimi.
Amaterasu expresa entonces, cuáles de estos dioses, según su origen, deberán ser considerados como hijos del uno o del otro. Susano se autoproclama vencedor, pero Amaterasu indica que los dioses masculinos han sido creados a partir de sus pertenencias y que, por tanto, ella era la ganadora. Este hecho reviste una gran trascendencia, ya que los emperadores japoneses eran “descendientes” de Ame-no-Oshi-homimi y por tanto, se consideran nietos de Amaterasu, y no de Susano. Este, sin embargo, se niega a aceptarlo, y desencadena inmediatamente mil violencias, cuyo resultado conforma el episodio central de esta mitología.
Las devastaciones de Susano
Entonces, Susano dijo a Amaterasu: “Gracias a la pureza de mi corazón, yo, al engendrar hijos, he alcanzado la victoria”. Y con estas palabras y la impetuosidad de la victoria, destrozó las separaciones de los arrozales divinos que había dispuesto Amaterasu, cegó los canales de irrigación, y además vertió excrementos en el palacio donde ella degustaba el Gran Alimento* . Y aunque él se comportó de este modo, Amaterasu, sin hacerle ningún reproche, le dijo: “Esto, que parece que son excrementos, debe de ser algo que mi augusto hermano mayor habrá vomitado en su embriaguez. Por lo que respecta a las separaciones de los arrozales y a los canales, sin duda las ha hecho porque le duele la tierra que estas cosas ocupan”. A pesar de que ella le excusaba con estas palabras, Susano siguió perpetrando sus malas acciones y se volvió violento en extremo* .
Hallándose Amaterasu sentada en la hilandería sagrada, Susano perforó el techo de la sala y arrojó por la abertura un caballo celestial que había despellejado. Al ver esto, las tejedoras de los augustos ropajes, asustadas, se clavaron las lanzaderas de los telares en lo más profundo de sus cuerpos y murieron* . Entonces, Amaterasu, aterrada con esta visión, cerró la puerta de Ama-no-iwato [Cueva de las Rocas Celestiales], la fijó sólidamente y se recluyó en su interior* .
La crisis divina
Inmediatamente, Takamagahara quedó sumida en la más completa oscuridad y lo mismo le ocurrió al País Central de la Llanura de Juncos. A causa de esto, reinó la noche eterna. Allí en lo alto, con el ruido de diez mil dioses pululando como las moscas de la quinta luna, diez mil calamidades surgieron simultáneamente. Por ello, las ochocientas * miríadas de divinidades se reunieron en divina asamblea en el lecho seco de Amanogawa, para discutir la forma de convencer a Amaterasu de que abandonara su escondite.
El sabio dios Omoi-kane-no-kami [El que acumula los pensamientos], hijo de una de las divinidades primordiales, Taka-mi-musuhi, ofreció una solución: reunieron a las aves de largo canto de la noche eterna y las hicieron cantar* . Como aquello no dio solución, las divinidades concibieron una complicada estratagema: tomaron duras rocas del río Amanogawa, y hierro de las celestes Montañas de Metal, y convocaron al forjador Ama-tsu-ma-ra* ; encargaron al augusto Ihi-kori-dome que fabricara un espejo con esos materiales; encargaron al augusto Tama-no-ya que fabricara un collar de joyas de quinientas magatama y una longitud de ocho pies; mandaron llamar al augusto Ame-no-koyane y al augusto Futo-tama y les ordenaron arrancar los omóplatos de un gamo del celeste monte Kagu y extraer la corteza de los árboles del celeste monte Kagu para practicar una adivinación* ; arrancaron de raíz un augusto árbol de sakaki * del celeste monte Kagu, y colocaron sobre sus ramas superiores el collar de quinientas magatama, sobre las ramas intermedias el espejo de ocho pies, y en sus ramas inferiores sedosas ofrendas blancas y azules* .
El augusto Futo-tama tomó y guardó todo aquello con las grandes y augustas ofrendas* , y el augusto Ame-no-koyane pronunció con ardor unas palabras rituales, mientras el dios Ama-no-tachikara-wo [Varón de fuertes manos] se mantenía oculto cerca de la puerta de Ama-no-iwato; entonces, la diosa Ame-no-uzume * [Mujer temible del cielo], hizo una guirnalda con flores para su cabeza, formó con hojas de bambú enano del monte Kagu un ramillete para sus manos, subió sobre una “tabla sonora” y pateó hasta hacerla retumbar y, comportándose como poseída por un dios, dejó al descubierto sus pechos, haciendo deslizar luego el cordón de su traje por debajo de su cintura* .
Entonces, las ochocientas miríadas de dioses rieron al mismo tiempo y Takamagahara tembló. Al oírlo, Amaterasu, sorprendida, tras entreabrir la puerta de Ama-no-iwato, habló así desde su interior: “Pensé que debido a mi retiro, Takamagahara quedaría oscurecida, y el País Central de la Llanura de Juncos resultaría igualmente oscurecido; ¿Cómo es posible, pues, que Uzume se regocije y que además las ochocientas miríadas de dioses se rían?”. Uzume respondió entonces: “Estamos alegres y nos regocijamos porque hay una divinidad que aventaja a tu augusta persona”.
Mientras ella hablaba de esta manera, Ame-no-koyane y Futo-tama dirigieron el espejo hacia la puerta entreabierta. Amaterasu, sorprendida por lo que estaba ocurriendo, salió poco a poco, y mientras se miraba intensamente en el espejo, quedó por un instante deslumbrada. Ama-no-tachikara-wo, que permanecía escondido, la cogió de la mano y la obligó a salir. Entonces, Futo-tama, sacando y colocando una cuerda * tras la espalda de Amaterasu, dijo: “¡No retrocederás más allá de este punto!”. Y así, cuando Amaterasu hubo salido, Takamagahara y el País Central de la Llanura de los Juncos quedaron, de forma natural, iluminados con su brillo. Una vez fuera de la cueva, Amaterasu consintió en no volver a su encierro, siempre que Susano fuese desterrado* .
La expulsión de Susano
Allí en lo alto, las ochocientas miríadas de dioses, tras mantener consejo, impusieron a Susano un castigo consistente en entregar un millar de tablas de ofrendas y además le cortaron la barba, las uñas de los dedos de las manos y los pies* , y le expulsaron mediante un divino mandato.
Así perseguido, Susano acude a solicitar comida a Ogetsu-hime-no-kami [la diosa del alimento], quien se saca de la boca, de la nariz y del recto, todo tipo de manjares exquisitos para ofrecérselos; indignado por el insulto, Susano la mata inmediatamente. Pero la muerte de Ogetsu tiene resultados positivos en la mitología japonesa, pues del cadáver de la diosa nacen los “cinco cereales”, esto es, los alimentos básicos con los que siguen subsisteniendo los japoneses en la actualidad: en sus ojos crecen semillas de arroz, en sus orejas mijo, en sus genitales trigo, en su nariz judías pintas y en su recto soja * . El dios Kami-musubi mandó recoger y sembrar estas semillas, para el bien de los mortales.
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